Otra vez escuchando la voz
enlatada, tan fría y tan desagradable.
Otra vez evitando las
miradas de los que se sientan enfrente y de los que husmean en mi pantalla de
la tableta mientras escribo esto.
Otra vez aguantando olores
del subsuelo y de los que no se lavan.
Otra vez mirando el reloj
continuamente porque da la impresión de que nunca llego a tiempo.
Otra vez leyendo una y otra
vez la lista punteada de las paradas en el umbral de la ruidosa puerta.
Otra vez deseando que algún
mendigo venga a molestarme en mi impaciencia por dejarle pasar sin darle una
moneda.
Otra vez vigilando mi
cartera sin la certeza de que la próxima parada llene el vagón de apretujones e
histerias.
Otra vez sabiendo que mis
crisis personales me hacen evadirme en este periplo mundano, tan rutinario, tan
vacío, tan mediocre.
Otra vez deseando tirar del
freno y que la inercia tire, a su vez, a todos los que están de pie y no se han
agarrado al pasamanos. Y aprovechando la confusión, lanzarme a la oscuridad,
por la puerta de emergencia del fondo del vagón.
Otra vez deseando irme por
el túnel, para siempre, y no volver, jamás, a la superficie.