El enigma de una mujer 1 - El primer impulso - Laura Mir & Yolanda Román & Salvador Arnau


Me encontraba en mi estudio cuando sonaron las doce campanadas del Ángelus (El Ángel del Señor anunció a María), intentado cuadrar una danza trivial de letras, más que un baile civilizado, por el desorden que me embargaba. El sol me interrumpió con su exceso de luz, parecía que tenía la intención de fundir los vidrios de la ventana.

Me acerqué a observar el ambiente callejero, protegiéndome los ojos con la mano, y vi a unos cuantos paseantes con botella de agua en mano y al resto de la gente sentada, hablando en las terrazas de los bares.

Fui a por los prismáticos y empecé a otear de aquí para allá hasta que una mujer morena sentada en una mesa llamó mi atención. Llevaba una pamela y estaba tomando algo parecido a un refresco. Me vestí y bajé, sin dudarlo dos veces, con mi cámara de fotos como excusa para poder acercarme hasta ella y observarla con más proximidad.

Tenía la esperanza de poder llegar a conocerla ese mismo día para que, con un poco de suerte y astucia, en un par de horas me contara su vida y me ayudara a conseguir material para poder seguir escribiendo en el taller.  Iluso de mí.  pensé para mis adentros.

Con el corazón acelerado, me acerqué. Aproveché que en su mesa había un periódico abierto por la página de sucesos, y leyendo el titular desde una posición un poco incómoda, logré preguntar a bocajarro:

 ¡Menudo terremoto ¿verdad?

Ella levantó la cabeza y me miró sorprendida.

 ¿Perdón? ¿Decía?

 Sí... ¡Oh disculpe! He visto el periódico encima de la mesa y... el terremoto de Nepal ha sido terrible. Verá   me aclaré la voz carraspeando  soy fotógrafo y escritor. No pude remediar, al ver esa foto en portada acercarme y comentarlo. Es de… formación profesional   alegué en tono satírico.

Ella me sonrió, y de repente ya estaba sentado a su lado mirándola a los ojos. Me invitó a tomar un refresco y seguimos charlando. Tenía la sensación de haberla visto antes en algún otro sitio pero no conseguía recordar dónde.

Me contó poco sobre sí misma. No parecía estar dispuesta a nada más que hablar de sucesos y otras cosas que no recuerdo. Pero algo sí teníamos en común, la literatura y ahí fue cuando empecé a sacarle gusto a la conversación. Pasamos por Joice, Steinbeck, Cela, Cervantes, etc. 

Me supo a poco cuando la llamaron por teléfono. Ella se levantó, al hacerlo observé un extraño medallón que también me sonaba familiar. Se excusó diciendo que se tenía que ir, era, según me dijo de la óptica. Aquella mañana había metido las gafas con la ropa en la lavadora, y tenía que ir a recogerlas. Era escritora y no iba a estar palpando la pantalla.

Y ahí me quedé, sin saber si volvería a verla.

Mi imaginación se disparó en busca de muchas explicaciones, y de la resolución del enigma del medallón y de ella misma. Mientras se alejaba, miraba su bonita espalda y me di cuenta cuando giró en la esquina y la perdí de vista, que ni siquiera me había dicho su nombre.

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