La comprensión - Benjamín J. M.




Sólo siento el silencio espeso del color del exilio, ese que nos imponemos a veces, sin saber muy bien porqué. Como estar mirando el mundo a través de un cristal muy sucio, al igual que la verdad que vive en el tercer corazón de la esperanza.

Miro mis dedos mientras recorren su camino por este teclado lleno de letras que no me dicen mucho, mientras mis otros "yos" se largan cada uno por su lado, en pos supongo de una vida mejor. Sigo aquí sin ver ni oír más que un murmullo estático que todo lo envuelve, no hay nada más allá de estas paredes grises de mi cuarto, que se confunden con grises y más grises, surgidos de no sé dónde.
Todo lo que pienso o siento está encerrado en una caja fuerte de la cual he perdido la combinación. Así que aquí estamos, ella y yo, en una habitación sin paredes ni techo, mirándonos a los ojos como dos besugos ensartados en la misma brocheta, cara a cara. Puede que sea mejor así, lo más seguro es que lo que vaya a sentir o pensar no valga demasiado la pena.

Sin  nada que decir ni que contar y sin embargo, mis dedos siguen aporreando teclas sin parar, como poseídos de una vida propia sobre la cual no tengo ningún poder. Sólo sirvo de soporte para ellos, un cuerpo vacío y soldado a unos dedos que siguen su danza de la vida ajenos totalmente a mí y al tiempo, que por una extraña razón ha dejado de fluir.

Lo bueno de todo esto es que no hay pena ni alegría, la insensibilidad acampa a sus anchas por esta etapa de mi no vida. Creo que a este bulto sospechoso que está sentado en esa silla mirando a sus dedos con cara de tonto, poco le importa. Sólo hay que observar esa mirada ausente y la baba que le cae por la comisura de los labios.

Catatónico total, lo único que mueve son sus dedos, estos siguen adelante con su vida sin mirar hacia atrás, sin remordimientos. Hace tiempo que siento que algo no va bien, ahora ya sé la razón. Me he perdido en algún laberinto de otra vida, donde me he quedado atrapado entre dos o tres realidades inciertas, allí estaré paralizado para siempre.

Desconozco porqué no he muerto aún, sigo aquí sentado sin ver ni oír, en un mundo que sólo existe en mi mente pero que es capaz de expresarse a través de mis dedos, como si estos fueran puentes que permiten que una chispa de lo que fui, siga luchando por vivir un día más.

Ni lo sé ni me importa, lo poco que queda no tardará en morir también, una tumba más para mi cementerio particular, otro que se ha perdido y nunca volvió. Si un día alguien llega a leer esto que no se aflija, sólo es uno de los muchos caminos tortuosos que se encuentra uno en el mundo de las palabras.

Nada es cierto de todo lo vivido, solo son sueños encerrados en una caja fuerte, en la cual morirán bajo el yugo que nos coloca el implacable tiempo. Ya nada es tangible, todo se ha vuelto relativo, veo como mis dedos se están parando poco a poco, sé que ha llegado la hora, me despediré ahora que aún puedo.

Sólo os dejaré una frase que ahora al final de una vida por fin comprendo:
Para todos los males, hay dos remedios: el tiempo y el silencio.

Benjamín J .M



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